Paul Erdmann Isert era un buen hombre. Y como muchos buenos hombres tuvo un final atroz.
Nacido en Alemania en el 1756, fue un médico y cirujano aficionado a la botánica. Esta afición suya lo llevó, a temprana edad, a las colonias danesas de la costa de África. La llamada Costa de los Esclavos.
El destino de Isert está ligado mucho más a Dinamarca y sus negocios que a su tierra natal. En efecto, trabajó durante muchos años para el gobierno danés, incluido un tiempo dedicado al comercio de esclavos. Cuando hablamos de esclavitud, solemos asociar su existencia a España, Portugal, Francia e Inglaterra. Poco más. Lo cierto es que poco se sabe sobre el rol que desarrollaron los países del norte de Europa, por ejemplo, en todo aquel horror. Si bien es cierto que Dinamarca era un país pequeño y poco potente comparado con las potencias anteriormente citadas, su papel en el comercio de esclavos no fue pequeño, especialmente durante la Guerra de Secesión Americana, momento en el que tanto Inglaterra como Francia se retiraron, momentáneamente, eso sí, del comercio esclavista para centrarse en la contienda bélica.
Isert, hombre sencillo que, como Rousseau, creía que el hombre era bueno por naturaleza, se encontró un día en Guinea llevado más por su curiosidad científica que por su voluntad de involucrase en el tráfico de seres humanos. Junto a Kiøge, gobernador en el momento de su llegada, vio y se involucró en guerras con los indígenas, guerras que les proporcionaban prisioneros para ser vendidos como esclavos. No solo eso. Vio sacrificios humanos, asesinatos, las fiebres tropicales, la ambición y la codicia de los daneses… Pero en ningún momento dejó de creer en la bondad del ser humano, especialmente después de encontrarse con los Akwapim, a quienes consideró el pueblo más feliz de la tierra, al menos hasta que conoció el significado de su nombre: la tierra de los mil esclavos. Todos estos quehaceres administrativos al servicio del gobierno danés impedían al doctor dedicarse a lo que realmente había ido a hacer, esto es, estudiar botánica. Pero todo cambiaría pronto.
Kiøge le encargó la gestión del segundo fuerte más importante de la zona, pero un día tuvo claro que Isert no servía para los negocios: el alemán liberó a un hijo que se daba en lugar de su padre para evitarle a este la esclavitud. Isert se conmovió y lo liberó. Isert tiró el dinero de la corona danesa. A causa de este “incidente”, Kiøge lo envió a tratar con tribus lejanas, cosa que le permitió, por fin, dedicarse a la botánica. Pero incluso lejos era un quebradero de cabeza para el gobernador. Un nuevo incidente del mismo tipo allí donde lo había enviado convenció de una vez por todas a Kiøge que Isert no debía continuar más tiempo en Guinea.
Embarcado en una nave en la que se produjo un motín de esclavos que casi le cuesta la vida, Isert tuvo que ir primero a las Indias Occidentales (actual América) antes de llegar a Dinamarca de nuevo. Ese viaje lo cambiaría de manera irreversible.
Cuando puso, por fin, pie en el país europeo, estaba convencido de que la trata de esclavos debía acabar. No solo era una cuestión de humanidad, era incluso una cuestión económica: ¿Por qué llevar a tantas personas desde África hasta América a plantar azúcar, cuando el suelo africano era sencillamente perfecto para ese cultivo? ¿Por qué no proponer ese negocio a los africanos y, pagándoles un mínimo, tenerlos como socios de la empresa en lugar de como esclavos? Así se lo propuso al conde Schimmlemann, ministro de exteriores danés de la época, que en seguida estuvo de acuerdo. Él también creía en las palabras de Rousseau. Y, por una vez, lo más conveniente era también lo más humano.
Con carta blanca, envió a Isert (que en ese tiempo en Dinamarca se había casado y esperaba su primer hijo) de vuelta a Guinea, junto con su esposa. Lo que ninguno de los dos sabía entonces era que Kiøge había abandonado la empresa del tráfico de esclavos porque el flujo de ventas había disminuido muchísimo. Cuando Isert volvía a Guinea, Kiøge hacía el camino contrario. En la Costa de los Esclavos el doctor se encontró con un antiguo enemigo de la época en la que él era la mano derecha de Kiøge, Kipnasse. Y aunque durante un tiempo pudo trabajar libremente y llegó a poner los cimientos de una nueva colonia para dar inicio a su proyecto, este no estaba destinado a tener éxito.
Isert y su esposa volvieron al fuerte principal de los daneses poco antes de que ella diera a luz. Era el día 19 de enero del 1789. El día 21 del mismo mes, Isert, que estaba perfectamente sano, había muerto. Según Kipnasse, las fiebres tropicales se llevaron al doctor. El 25 de marzo moría su mujer y el 8 de marzo, su hija.
En una carta a los medios tiempo después, Frederik Plum, hermano de la esposa del doctor, acusaba a Kipnasse de asesinato. Su hermana le había escrito poco antes de morir ella también explicándoselo todo. No era la primera vez que eso ocurría en el fuerte danés.
Paul Erdmann Isert era un buen hombre. Y como muchos buenos hombres tuvo un final atroz.
A Paul Erdmann Isert no se le recuerda apenas, aunque debería ser considerado una de las principales figuras de la historia del siglo XVIII tanto danesa como alemana. Dejó escritos dos libros: Voyages en Guinée et dans les îles Caraïbes en Amérique y Letters on West Africa and the Slave Trade. En el campo de la botánica descubrió el Musophaga violacea (cuya foto está al inicio).
En nuestra mano queda su recuerdo.
Fuente: Slavernes Kyst de Thorkild Hansen
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