
En algún momento u otro, todos nos hemos preguntado cómo pudo el ser humano llegar al punto de exterminar a otros seres humanos solo por no ajustarse a lo que el primer grupo consideraba “adecuado”. Todos nos preguntamos cómo se llegó a la solución final, al holocausto.
Hay otra pregunta igualmente lícita a plantearse que es la siguiente: ¿qué hacía, en un campo de concentración, que una persona siguiera adelante? ¿Qué empujaba a esos hombres y mujeres a seguir luchando, respirando, resistiendo? Hoy sabemos que aquel horror llegó a su fin, que algunos fueron liberados. Ellos no sabían que todo aquello tendría un final. ¿Cómo pudieron, por lo tanto, conservar la esperanza, la fuerza, para seguir adelante pese a todo lo que les rodeaba?
Esas preguntas y más se las planteó Viktor Frankl durante su estancia en los campos de concentración. Como psiquiatra, no solo padeció los tormentos propios de los campos, sino que analizó lo que veía y lo que sufría él y sufría la gente que lo rodeaba. Su vida corrió peligro en numerosas ocasiones, aun así fue de los afortunados (¿afortunados?) que consiguió volver a casa, en donde no encontró nada de lo que allí había dejado, viéndose, como la mayoría, obligado a empezar de cero.
Alguno pensará “el enésimo libro sobre el holocausto” y quizá lo sea, pero es un libro que lo analiza y observa desde una perspectiva diferente. Valiente.