Ayer fui con M. al Teatre Apolo a ver Y no quedará ninguno, una versión teatralizada de los Diez negritos de Agatha Christie. De camino al teatro, M. me explica que el cambio del título se debe a un problema que surgió en Alemania: cuando se llevó a escena en el país teutón por primera vez, un espectador, indignado, denunció la obra y al nieto de Christie porque, a su parecer, el título era «racista». Ciertamente lo es. La sociedad en que vivió la autora lo fue, y mucho. Y colonialista y machista y clasista. ¿Sigo? Qué decir cabe que considero una supina gilipollez la denuncia y el hecho de que el tribunal diera la razón al indignado alemán. No, señor mío, no tiene razón. Usted puede considerar racista lo que, objetivamente, lo es, y se puede indignar, si quiere. Prohibirlo u obligar a herederos a tomar medidas buenistas es, a todas luces, innecesario y absurdo. Imagínese, por un momento, que las mujeres denunciáramos toda aquella obra (pictórica, literaria, escultórica…) que consideráramos machista. ¿Quedaría algo del arte universal? Creo que la respuesta es clara. Mejor es, sin más, explicar por qué el autor o autora escribió lo que escribió como lo escribió. Igual así dejaríamos de ser borregos y nos convertiríamos en gente formada.
Pero volvamos a la obra que nos ocupa. Ayer actuaban dos actores que no pertenecen al reparto habitual: Ferran Castells y Toni Viñals (en los roles a los que dan vida Pep Munné y Arnau Puig, respectivamente). Ambos interpretaban, seguramente, a los dos personajes con más texto…notable el esfuerzo y ¡notable el resultado! Actuaban también Graciela Monterde, Toni Sevilla, Pol Nubiala, Jaume Fuster, Javier Enguix, Lorena Santiago, Eduard Doncos y, finalmente, Ivana Miño. Sí, son unos cuantos…y es raro ver a tantos actores sobre el escenario con una obra hablada (no tan raro si se trata de un musical).
Proyectado sobre el telón, antes de empezar la función, lo siguiente: «Teatre Apolo 1904». Simplemente con este detalle, el espectador se va haciendo a la idea del contexto en el que se moverá la acción. La función, en fin, empieza con una versión de esta canción de cuna inglesa (tremendos estos ingleses con las canciones para niños…):
La historia que explica la obra que, aunque conocida, no explicaré aquí, es seguramente una de las grandes obras de Agatha Christie (no diría tanto como el cartel, «obra maestra», porque obviaría, con ello, el célebre Asesinato en el Orient Express). El planteamiento inicial es sencillo: diez personas, que no se han visto nunca antes, han sido invitadas a una casa en una isla por un anfitrión desconocido que no se encuentra en la mansión. Y de pronto empiezan a ocurrir cosas…
Son dos horas de función excelentemente interpretada, entretenida, divertida e interesante a la vez. Al contrario que otras obras, la duración no se hace pesada para el espectador. Si hay algo que decir, aunque en absoluto ensombrezca el conjunto, es algún problema puntual para entender a ciertos actores cuando la música (de Pep Sala, ¡maravilla!) empezaba a sonar mientras hablaban y que no había programas de mano…una pequeña falta de previsión por falta del teatro, que la compensa, por otra parte, con unas instalaciones más que suficientes, butacas cómodas y un toque de informalidad que bien recuerda a los inicios del género, cuando el público iba al teatro a pasárselo bien, como hoy vamos a los estadios de fúbtol.
Hacía tiempo que no iba al teatro a ver algo que no fuera un clásico grecolatino y ha sido una muy buena elección. ¡Gracias, M!
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